Henry Sutpen
Psalms
domingo, 7 de octubre de 2012
sábado, 25 de agosto de 2012
Fuck
“A
partir de la publicación de esta novela, ya no se puede ser tonto en la
literatura española. Aunque hemos seguido caminos diferentes, yo me considero un
discípulo de Juan Benet, no un imitador”.
Eduardo Mendoza sobre Volverás a Región
miércoles, 1 de agosto de 2012
Eco (1997)
“Soy
de la fría y dura opinión de que los jóvenes actuales salimos perdiendo con la
democracia (lo cual no quiere decir que
ésta sea mala) porque, como es sabido, se han terminado los ideales tangibles,
como la libertad o la misma democracia, y solo queda eso tan huero y nebuloso
de la solidaridad, que nos da de comer a todos mucho tiempo, pero que no viene
a ser nada, en todo caso hipocresía. Quiero decir que es más edificante odiar a
Franco, que es un señor que se tiene que morir, un señor al que se puede matar
incluso, que a eso de Estados Unidos, que es tan grande que no cabe en ningún
punto de mira, o el tema del Tercer Mundo, que es la mayor abstracción de todas.
La solidaridad es una moda de fin de siglo,
y lo malo de las modas es que pasan. Yo,
en esto de la solidaridad, estoy con Sábato (“El túnel”), Nietzsche y por ahí”.
martes, 26 de junio de 2012
jueves, 21 de junio de 2012
"Formas de volver a casa", de Alejandro Zambra
Hay
una serie de autores que un escritor no debe leer mientras está gestando
cualquier tipo de texto. Autores cuya escritura goza de un no sé qué que queda,
de tamaño flow que contamina toda dicción prosaica hasta el punto de contagiar
expresiones nunca concebidas por la pluma en cuestión. Hasta el punto de
levantar sospechas entre los más sagaces. Hablo de autores como Henry Miller,
como Georges Perec, como Eloy Tizón, y por supuesto de un autor como Alejandro
Zambra (Santiago de Chile, 1975).
Hace más de un mes que leí esta novela y
volviendo a pensar en ella solo puedo destacar el modo en que el autor chileno
tiene de contarme una historia que en principio no debiera interesarme y que
sin embargo se convierte en valiosa, en rescatable, mediante el peculiar uso
del léxico llevado a cabo por Zambra. Es evidente que este joven escritor no
ha inventado nada y que su prosa está enmarcada dentro de una determinada
tradición veladora de conceptos tales como aquel de “prosa sencilla” –y uno de
cuyos máximos exponentes es el nombrado Perec-. Tradición que no debe ser
confundida con aquella otra del realismo sucio, en donde quizás goce de más
valor lo que no hay frente a lo que de verdad se halla en el papel.
Sin embargo, esta veta estilística cobra en
Zambra –como no podía ser de otra manera- una nueva forma de entender el texto,
mezcla de ornamento y sencillez a partes iguales –resultado similar al
encontrado en autores como Tizón, que a su vez bebe de Cheever-. Es así que no
puede entenderse la obra novelística del chileno sin atender a su faceta
poética, que abarcó los primeros títulos de su andadura y que pervive en cada
párrafo de sus novelas. Dando como resultado ese genuino estilo del que
hablamos y que es culpable de párrafos
como este: “Piensa en esos momentos en que a su madre no le quedaba más remedio
que hablar. Buscaba a las niñas, se demoraba en las palabras, como sintonizando
de a poco un tono dulce y calmo, un tono cuidado, artificial. Entonces, como en
una ceremonia, hablaba claro. Modulaba. Miraba a los ojos”.
En algún sitio se ha dicho que Formas de
volver a casa es solo un título menor en comparación con su aclamada Bonsái
(Anagrama, 2006), pero no puedo encontrar reflexión más desacertada,
puesto que no deja de ser una continuación de lo que de verdad importa en
Zambra: el estilo. Precisamente en otro sitio se ha comentado esto último, en
referencia a una forma de concebir la novela que, a través de sus tres obras
publicadas, se ha agotado –destacando además el exceso de metaliteratura de la obra.
Ninguna de ambas reflexiones puede ajustarse
a lo que de verdad constituye esta novela, que es otro paso en –como dije por aquí en alguna ocasión- una de las obras más prometedoras a ambos lados del Atlántico.
La de Alejandro Zambra.
jueves, 24 de mayo de 2012
viernes, 18 de mayo de 2012
Incomprensión
"Hace
poco tiempo —una tarde de primavera, caminando por una galiana de Extremadura, en
un ancho paisaje de olivos, a quien daba unción dramática el vuelo solemne de
unas águilas, y, al fondo, el azul encorvamiento de la sierra de Gata—, quiso
Pío Baroja, mi entrañable amigo, convencerme de que admiramos solo lo que no
comprendemos, que la admiración es efecto de la incomprensión. No logró
convencerme, y no habiéndolo conseguido él, es difícil que me convenza otro.
Hay, sí, incomprensión en la raíz del acto admirativo, pero es una
incomprensión positiva: cuanto más comprendemos del genio, más nos queda por
comprender."
José Ortega y
Gasset, Meditaciones del Quijote
sábado, 12 de mayo de 2012
De la ineptitud y la excelencia
Un día,
no hará mucho de ello, escuché en una tertulia post-película a las que nunca
debe asistirse que la obra rechinaba en muchos aspectos y que la música, sin lugar
a dudas, estaba fuera de contexto. La película en particular era el Furtivos de Borau (1975), cuya banda
sonora está apadrinada por Vainica Doble. El iluminado en cuestión estaba
relacionado con el CSIC, pero en ningún momento me interesé por conocer su
identidad –tampoco creo que resultase especialmente reveladora-. Lo dijo y se
quedó tan pancho. Los pocos asistentes que nos hallábamos junto a él no
sufrimos ningún arrebato de cólera ni se organizó una asamblea revolucionaria
allí mismo. Sin duda que la situación lo requería.
No me interesa hablar tanto aquí de esa joya
cinematográfica que es Furtivos –creo
que es algo reconocido por todo especialista que se precie-, la cual no me
importaría incluir entre las quince mejores de todo el cine español, como de la
banda sonora de Vainica. Y más concretamente de Vainica. Y más concretamente de
su disco Contracorriente (1976).
No fue Borau, sin embargo, el que descubrió
este grupo al cine español, sino otro viejo conocido de la escena como es Iván
Zulueta –diseñador de la cubierta de este disco y de la película del aragonés-,
que utilizó a la banda en su Un, dos,
tres, al escondite inglés (1969). Previamente, ya habían debutado en
televisión y habían colaborado con nombres como el de Jaime de Armiñán. Con
esto pretendo decir que ya era un grupo muy asentado en el panorama cuando
publican este disco, posiblemente el mejor de su trayectoria. Curiosamente, el
grupo sufre un parón cuatro años después de sacarlo a la luz. No estarían de
acuerdo conmigo, supongo, o con el transcurso del tiempo, en el resultado
final.
El
trabajo se escucha ahora como un conglomerado perfecto de nueve composiciones
en donde lo peculiar se combina con lo peculiar para dar forma a un disco único
en el panorama español de los setenta –y posteriores-. No es una exageración si
se entiende este grupo como uno de los padres de la escena indie –no sé en qué
momento pasaría a denominarse así, pero me da un poco igual- surgida a partir
de los ochenta. En cada canción puede apreciarse un estilo poético-musical
fuera de lo común y un sonido que avala la letra a la perfección y que nos transporta a ese folk
que tan poco abundó en España, a ese escaso -buen- rock, y si se me
apura a esa psicodelia que luego Berlanga –Carlos- y otros tantos se encargarían
de explotar años después. Traducido a la terminología actual, esto es un
fucking pepino:
lunes, 30 de abril de 2012
La poesía de nuestra generación
"El Niño es padre del Hombre: ojalá
mis días estuvieran vinculados
por natural piedad unos con otros"
William Wordsworth
lunes, 23 de abril de 2012
Hay que leer a Guelbenzu
Hay
que leer a Guelbenzu, me dije no hace mucho degustando una de las obras de su
primera época –si puedo permitirme tal licencia crítica-. Hay que leer sobre
todo al primer Guelbenzu. El de las novelas detectivescas posteriores no parece
tan alentador. Hay que leer al escritor de El
mercurio, al de Antifaz, al de La noche en casa. Al autor de los
setenta que todavía estaba lejos de convertirse en capo de los medios de
comunicación culturales.
Hay en ese primer Guelbenzu –en el siguiente
no lo sé- cierto intento de mímesis respecto al estilo elevado, o también
llamado experimental, de los años sesenta y posteriores. Una cadencia que se
muestra en cada línea y que denota la naturaleza de un excelente escritor precoz,
que con apenas veinticuatro años ya había sido finalista del entonces
prestigioso Biblioteca Breve. Pero no es un Benet o un Martín-Santos lo que nos
encontramos en estas líneas, y sobre todo no alguien que pretenda tal cosa. Si
hay que ubicar a este primer Guelbenzu en alguna localización simbólica, antes
debería hacerse en el Castroforte del Baralla de Torrente Ballester que en la Región
de Benet. Con esto quiero decir que su propuesta está lejos de la opacidad
literaria de esta última y sin embargo cercana a la sátira de la primera.
Una sátira que puede entreverse en cada uno
de los elementos que componen obras como La
noche en casa y que dan sentido a personajes como Chéspir y a tramas que en
realidad poseen una trascendencia relativa –en esto sí es Benet-. Son novelas,
también, que presagian al Guelbenzu policiaco de las obras posteriores, y que comparten
en su naturaleza el absurdo de ese estilo negro. Aderezadas además con el
motivo de los estudiantes de los años sesenta –que nos es tan cercano a los del
2010.
Hace
falta leer a Guelbenzu para entender que ese estilo “difícil” y a la postre
netamente español de los años setenta, que vivió a la sombra del sobrevalorado Boom latinoamericano, no se reducía solo a las hazañas de unos tales Benet,
Martín-Santos o Goytisolo, dando como resultado una de las épocas de oro -1962
en adelante- de la novela patria. Los años en que Joyce y Faulkner llegaron de
verdad a España –y que nos perdone don Álvaro Cunqueiro.
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